lunes, 2 de mayo de 2011

Historia . 2º parte

Un pitido me aleja del hilo de mis pensamientos, mi salvación, el fin de las clases y la vuelta a la seguridad del hogar. Salgo como si fuera un proyectil lanzado con gran presión hacia delante. Pero un tacto frío me detuvo de mi huida. Me volví: allí estaba, justo enfrente de mí, el y su porte imperial, su elegancia, sus ojos claros, su largo cabello oscuro… oh, todo en el avivaba mis sentidos. Su sonrisa torcida, pícara, rebelde, su mirada vivaz, que me miraba con una dulzura que nunca había probado…

- Eh, ¿ya no me esperas? – su dulce voz era un cántico de ángeles en mis orejas.

- Esto… sí, lo siento, creí que saldrías antes… - dije desviando los ojos nerviosa.

- ¿Por qué iba a hacerlo? – se extrañó.

- No se… quizás… bueno no sé, tenía una especie de premonición, pero he fallado – reí nerviosa.

Caminamos el camino hacia mi casa (pues era la más próxima) sin hablar demasiado, yo tenía la vista fija en el, escrutando su marcado perfil, como si no hacerlo me costara la vida. Entonces el me miró extrañado.

- Oye… ¿te pasa algo? Hace… hace un tiempo que te veo distante, me miras de un modo… distinto. Cuéntame, ¿pasa algo?

Desvié los ojos, y tragué saliva. En ese momento deseé contárselo todo, poder expulsar todas aquellas emociones reprimidas dentro de mí, me armé de valor, volví la cara hacia el, que aguardaba pacientemente mi respuesta, con sus ojos claros fijos en mi empecé a abrir la boca, y cuando empecé…:

- Yo… - dije con voz estrangulada.

- ¡Allan! – se oyó una voz en la distancia.

Los dos nos volvimos. Era una chica, una chica guapa, de pelo negro corto a lo chico, de mirada de ojos azules penetrantes, como los de Allan (el chico, sí, se llama así). Y bueno… el se volvió y sonrió de oreja a oreja. Se veía un poco más niña que nosotros, mirada dulce y embelesada, mirando a Allan con una sonrisa radiante. El la abraza y le da un cálido beso en la mejilla.

Es en ese instante, en ese pequeño instante en el cual mis sueños se rompen, se resquebrajan, miro horrorizada la escena, noto cómo el corazón me da un vuelco, noto que me encojo sobre mi misma y que mis ojos se humedecen por microsegundos. Siento la necesidad de correr, de huir, y cuando me quiero dar cuenta ya estoy corriendo, con el viento azotando mi macabro rostro surcado en lágrimas profundas y abundantes. No puedo gritar, pues la voz me falla, no puedo mirar atrás, pues mis sentidos solo me dicen que corra, la necesidad de desaparecer nunca fue tan infinitamente necesaria. Quiero, NECESITO, desaparecer, desaparecer de la dura y torturadora verdad… no quiero esto, no me lo merezco ¿cómo debo de haber sido en otra vida? ¿Por qué? Lo peor ha sido esto, huir, cobarde, ahora no podré volver a mirarle a la cara… Llegué a casa y corrí escaleras arriba llorando como nunca antes. Dejé la mochila, dejé el móvil desconectado en uno de los cajones y volví a salir. Nadie me pidió explicaciones, nadie quiso saber qué me pasaba, nadie estuvo ni para dedicarme un simple “hola, ¿Qué tal las clases?” Nada, estaba completamente sola, estoy sola, es horrible, no debería haber sido nunca aceptada, ahora no sentiría este vacío dentro de mí… con un sollozo cerré la puerta de casa, cerré la puerta ha mis esperanzas y a mis sueños y me dirigí a paso ligero al cementerio.

El cementerio, qué gran lugar, nunca nadie va allí, pues el cementerio de este sitio es un lugar altamente macabro, un lugar donde han sido narradas un millón de historias de tinieblas y de espíritus malditos vagando entre la bruma. Pero para mí ese sitio era como para otros podrías ser un castillo de princesas. Desde que tengo memoria me fundo en la oscuridad, entre las tumbas, observando largamente los gravados de estas, intentando imaginar la historia de cada una de esas personas que reinan en el magnífico, tranquilo y silencioso lugar. Un lugar plagado de historias, de leyendas, de amores perdidos, de magníficos cuentos fantástico. Me escondí detrás de una estatua de un ángel con las alas abiertas y con expresión bondadosa. Me encogí y posé las rodillas en mi pecho, me las abracé mientras hundía el rostro entre mi largo pelo rojo y mis huesudas rodillas.

Nunca antes había surgido de mí tanta cantidad de agua, ni siquiera cuando vi por primera vez Drácula y al ver que éste moría me entró una tristeza la cual aún pervive en mí, un ser tan imperioso como el asesinado… oh no. En esta ocasión creí que me iba a secar, hasta grité de impotencia al ver que las lágrimas no cesaban y mis ojos me escocían. Al final cesaron y yo volví a casa, nadie me riñó por llegar tarde, nadie dijo nada sobre mis ojos rojos, nadie habló de mi palidez aún mayor de la habitual (y mi palidez ya es de por sí extrema…) Nadie, como siempre, sola en el mundo.

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